lunes, 13 de agosto de 2012



"NECESITAMOS HABLAR DE ESE HIJO DE PUTA"

(a partir de la película "Tenemos que hablar de Kevin")




Una de Chiche y Mauro (1)

"Tenemos que hablar de Kevin" en su título original es "Necesitamos hablar de Kevin". Las resonancias de esa necesidad se pierden en la traducción, pero son las que se escuchan en el deslizamiento de recuerdos de la mamá de este hijo de puta.

Cuando yo era niño esa expresión se atenuaba sustituyéndola por un "hijo de mala madre". Pero en este llamar las cosas por su nombre (supongamos que esto a veces resulte un poco menos imposible), no hay ninguna apreciación moral en juego sino la puntuación del lugar de Kevin, el hijo de Eva, en este discurso que resulta ser la película que filmó Lynne Ramsay, basándose en una novela que fuera escrita también por una mujer. Ese discurso tejido entre lo que la madre recuerda y lo que de eso le retorna en situaciones como la de la trompada de otra madre: "me lo tengo merecido".

Un quesito para tentar ratones

La película puede resultar, entre otras cosas, una buena trampa para psico-especialistas. Planteada como una sucesión de recuerdos de Eva alrededor de su relación con su hijo durante los primeros dieciséis años de éste (todo lo previo al momento en que Kevin realizara la peor de sus acciones), enhebra un rosario de episodios contados desde la perspectiva materna.



El recuerdo de Eva respecto del estado de ánimo en el que estaba durante el embarazo. O el del día en que naciera Kevin...



... o el de la impotencia en la que la sumergía aquel llanto incontrolable del recién nacido (al punto de arrastrala a llevar el cochecito con el bebé berreando justo al lado de una perforadora de pavimento para, al menos por un instante, poder proteger ese órgano, que a diferencia de la boca o de los ojos, no cuenta con recursos para cerrarse por sí mismo: su oído)...



 ...son todos una invitación a que un oyente alimentado por cierto modo de entender el psicoanálisis termine por descerrajar el tan fatigado "Kevin no fue un niño deseado por la madre". El mismo con el que se concluyen tantas veces las perseverantes anamnesis en las entrevistas con padres, por ejemplo.
 
Así también el llamado que da título a la película (2), dirigido por Eva a su marido, y la respuesta que de éste obtiene, podrían precipitar a tal "oyente psi" a decir: "la función paterna opera de modo fallido, reduplicando la impotencia materna". Uf.



Impotencia materna que acaso, como siempre sucede con la impotencia, resulte en definitiva un poder no poder. En este caso: poder no poder matar a ese hijoDe allí lo beneficioso que es para un psicoanálisis tratar la impotencia sin poner el norte de la intervención en destrabarla, en habilitar lo que se quiere poder y no se logra... sino apuntando a conmover el estatuto de dilema que suele tener ese deseo inconciente. En otros términos: problematizar el dilema disolviendo la falsa opción que se cristaliza en "o lo mato o me sigo esforzando en ser una madre civilizada"



Juguemos a que sí

Estoy convencido de que un psicoanalista no puede decir nada, que no sea "orinar fuera del tarro", respecto de casos como los de Eva y Kevin. Sencillamente porque ninguno de ellos le está dirigiendo la palabra... y el psicoanálisis sólo existe gracias a la transferencia, y ésta no tiene chance alguna sin ese elemento básico. Pero relatos como el protagonizado por la gran  Tilda Swinton (3) resultan un buen disparador para proponer juegos como éste: imaginemos que Eva fuera a ver a un psicoanalista y planteara que se siente culpable de las conductas de su hijo. 

Como cuestión básica, al escucharla necesitaremos saber que ninguna acción de los padres es suficiente para explicar el por qué de la conducta de un hijo. Si quieren podríamos decir: "pero influyen". Está bien, concedamos ese margen. Pero eso y decir nada... es lo mismo. Porque no sabemos en qué influyen ni cómo (ni el analista, ni los padres... ¡ni el mismísimo "influido"!). No sabemos qué de lo dicho/hecho por un padre o pariente es tomado por el niño ni tampoco el cómo. 

Una vez corridos del lugar de querer entender con la mamá por qué Kevin "salió como salió", lo que necesitaremos es aceptar que Eva es culpable. Claro, como enseñaba Freud: una cosa es que sea culpable y otra cosa es que sepa de qué. Es culpable porque ella así se presenta. Puesto bajo signo de interrogación el objeto de su culpa, se posibilita el camino para una consulta psicoanalítica. Eliminado de nuestra escucha el tentador "ella es culpable de lo que hizo Kevin", necesitaremos alojar su culpa. No rechazarla ni trivializarla. Permitir que se despliegue, que se dialectice. 

Es que sólo así podrá perder la culpa su función primordial: la de taponar lo que no cesa de no inscribirse. Es que mucho más desgarrador que decir "yo fui la culpable" es encontrarse con que "nada de lo que encuentre en la historia mía con Kevin terminará de explicar este horror".

¿Qué restará?. Un largo camino: el que acaso transforme la culpa en responsabilidad. Responsabilidad no respecto de los actos de su hijo, responsabilidad en relación a su deseo y su goce (los de ella). Responsable de sus ideales, de lo que pretendió y de lo que pudo. Lejos de juzgar el pasado, una apuesta a que aún en la tierra arrasada, Eva tenga la posibilidad de hacer sin que ninguna carta marcada decida por ella su próxima apuesta. Un largo camino. Pero en fin, ¿hay algo más importante en la vida que tomarse ese tiempo?.


Lic Guillermo Cabado


Si no viste la película de la que aquí hablo,
podrás hacerlo on lineaquí
  
(1) Señores que suelen sostener sus programas en la televisión argentina alrededor de historias como la de Kevin. En general con la colaboración de una tropa de "especialistas psi" que despliegan sus mapas de "la mente criminal".

(2) Aunque el efecto que produce en los espectadores, haga que en muchos casos también nosotros necesitemos hablar de Kevin.

(3) Sugiero esta nota sobre la excelente Tilda Swinton, Eva, que entre otras cosas, también en 2011,
protagonizó un personaje conocido por todos los que amamos a Pizarnik, la condesa Báthory:  


domingo, 12 de agosto de 2012


  

-5-

DE TIM BURTON A ALEJANDRA PIZARNIK 

.Nro. cuatro de la serie
(escrita en 2005) 

"¿QUÉ ES UN NIÑO?"


AMÉLIE, ZZ, PIZARNIK: 
EL ABISMO DE LAS NIÑAS



"...En su mundo no hay nombres 
ni pasado ni porvernir
                                                                                    sólo un instante cierto"
                                    
  ("El otro tigre", en "El hacedor", 
Jorge L. Borges)





Amélie (o: una niña extraviada entre el efecto y la causa)

Amélie Poulain tiene los ojos grandes y un padre médico de estetoscopio frío y manos tibias. Viven en una película de Jean Pierre Jeunet entre calles empedradas por causas y azares. 

En su rutina anual de revisión clínica, papá escucha un tum... tuc tum donde no debería: en el mismísimo pecho de su niña. Une bévue, un traspié del corazón. Un trastabilleo que de preocupante se hace signo. Y el que busca encuentra: "disfunción cardíaca". El doctor Poulain nombra una causa donde hay un signo que a él lo inquieta. Entonces lo inquietante se vuelve efecto. 



Lo que papá Raphael no sabe es que ese batir extraño sucede apenas una vez al año, en el único tiempo en que sus manos tocan la piel continente de Amélie Poulain. El resto de los días el músuculo vuelve a su burocracia de sístole diástole sístole. Sólo que ella no sabe. Como todo niño, como todo adulto, es extranjera de sus propios huesos, de su propia tierra. 

De todos modos lo único que cuenta es que en un mes idéntico del girar de rueda, caerá el día de la nueva cita. Tendrá entonces otro turno con las manos de papá.




Felices los niños


Entre la singularidad del sujeto y lo que de ella se logra saber, hay un abismo acaso tan delgado como los intersticios del empedrado. No por delgado ha de ser superable. A veces esa grieta agita. Y la inquietud se hace prisa. 

Prisa por no se sabe qué, porque las cosas funcionen, por lo que sea. Pero existe el asfalto que une las piedras, quelasdejalisas. Que pega causas a efectos en superficies sin arritmias. Así el hombre puede correr feliz. ¿Por qué corre?. Porque un rugido lo abisma.




Corre "ZZ" corre


Hay quien podría atribuir la persistencia de la grieta a vaya a saber qué torpeza adulta. En esa línea la última vez nos preguntamos: ¿tendremos mejor suerte cediéndole la palabra a los niños? (1). Fue entonces que nos topamos con el cachetazo de ZZ. 

No es mi objetivo aquí hablar de un "caso clínico", apenas de una experiencia que esboce un camino que ayude a pensar sobre aquella grieta rugiente. Decidí por eso en un post aparte (2) pintar una pequeña acuarela de lo que recorrimos en el consultorio con la niña de 5 años, y en este cuerpo central servirme de algo básico de la lógica de los conjuntos para balizar una vivencia que no por poco perceptible es menos cotidiana.




N= {a, b, c, d}; donde ZZ=N   

(o bien: ¿¿lo qué??)

Les traeré recuerdos de escuela y no hagan puchero: si tenemos la suerte de que un niño se ponga a hablar de sí (como de hecho lo hizo "ZZ" a lo largo de las entrevistas, a veces con juegos, a veces con dibujos, siempre en lo simbólico) cada pista que vaya surgiendo bien podría servir para desembocar en una definición del conjunto "NIÑO". 

Ya sea por intensión (en una definición universal que las sintetice y las represente) o por extensión (una enumeración de todas las repuestas que el mismo niño se ha dado, tomándolas como elementos que lo definen). En definitiva, eso que escribíamos hace un momento como N= {a,b,c,d}.




Ahora bien, los invito a hacer la prueba (¡sin trampearse!): pónganse a hablar de sí, en particular en situaciones donde algo los apremia lo suficiente como para estar interesados en semejante tarea. Más tarde o más temprano, en medio de inconsistencias y contradicciones, nada de lo que digan logrará ser suficiente para representarse, para auto-atraparse. 


Es una experiencia análoga a la que hace Borges en su poema con el tigre. Sus palabras intentan echarle el guante a la esencia de la cosa. En el entre-hilo de sus versos se dibuja esa vivencia que a cada hablante ha de resultarle familiar a poco de que se detenga a escuchar-se: la extraña sensación que sobreviene cuando en el afán de nombrar, una y otra vez la palabra falla. Nombro y descubro que no digo lo que quiero decir. Uf, no, no es ese tigre al que me refiero. Es otro.




El niño, un extranjero de su niñez


Así la definición de niño, aún puesta en manos del mismísimo chico, supuesto ciudadano en contacto directo con la tierra de la infancia, sufre de aquel verso serratiano: "cuanto más voy pa’ allá, más lejos queda"

Por más adjetivos, descripciones, acotaciones, restricciones, elementos que sigamos incluyendo en la definición de niño: e, f, g, h... 

¿Estamos condenados a la máxima catalana?. 

No. No si partimos de la aceptación de que producir la pregunta que nos ocupa, ¿qué es un niño?, es iniciar el bordeo de un vacío, de una verdad que se escabulle. 

Un bordeo como el de la circunstancia del tigre que Borges intenta aprehender en su poema. Lo que del animal logra alcanzar se alcanza por el fracaso: ahí mismo cuando se nos esfuma de la punta de la lengua, ese tigre está más presente que nunca jamás. 




Niño en el vacío

El fracaso anticipado de la respuesta al "¿qué es un niño?" no debiera impedir que hacia ella nos dirijamos, aún a sabiendas de que cuando le echemos el guante se nos escabullirá entre los dedos (3).

Esa persecusión lejos de dejarnos en un impasse, no sólo nos contactará con eso que intentamos nombrar cuando decimos "niño" sino que lo hará echando luz sobre uno de los enigmas más agobiantes de la infancia escolarizada: "todo conjunto incluye entre sus elementos al conjunto vacío".


En el próximo post, entrando ya en la segunda mitad de este recorrido, presentaremos un adminículo muy útil para cuando llueve vacío: el parachicos. 
Traigan bota de goma. 
Y el que no se acordó, se embroma. 

Hasta entonces


Lic. Guillermo Cabado



(con excepción de la imagen de Amelie, extraída de la película homónima, las fotos utilizadas pertenecen a los artistas Loretta Lux y Takahito Iguchi, y responden a mi gusto al por qué la aún ausente "Pizarnik" completa el tríptico del título)


(1) Para ver toda la secuencia previa de esta serie, clic en: http://rumorosa.blogspot.com.ar/search/label/QU%C3%89%20ES%20UN%20NI%C3%91O

(2) Para ver la viñeta clínica sobre ZZ: http://rumorosa.blogspot.com.ar/2012/08/complemento-al-nro-4-de-la-serie-que-es.html

(3) En definitiva de eso trataba nuestra obra, "Dedos en el espejo", que suscitara aquel diálogo de la oyente con Fernando Peña y posterior nota de éste.





Complemento al nro 4 de la serie "¿QUÉ ES UN NIÑO?"


ACUARELA SOBRE “ZZ”


La música, los estados de felicidad, la mitología,
las caras trabajadas por el tiempo,
 ciertos crepúsculos y ciertos lugares
    quieren decirnos algo,
 o algo dijeron que no hubiéramos debido perder,                                                                                                                                                    o están por decir algo;
                                                 esta inminencia de una revelación que no se produce
                                         es, quizá, el hecho estético.

 (“La muralla y los libros” en “Otras inquisiciones”, Jorge L. Borges) 







No me pegues, soy Cabado

Tic. Alguien enciende el reloj. Tac tic tac tic tac. Estamos en la prisa. Tic. Ahora “ZZ” con sus cinco años está sentada frente a mí. Tac. La mamá no puede esperar. Tic. “No la soporto”, me dijo en la primer entrevista. Tac. En ello un pedido: “haga que deje de ser la piel de Judas”. Tic tac. “¿Por qué ahora y no antes?”, dije. Tic. Mi pregunta pareció caer en el vacío. Tac. 

“ZZ” juega. Habla poquito (según vaya a saber qué medidor de cantidad). Y dibuja. Cada tanto algo se repite: personajes cubiertos con sábanas. Tic. “¿Qué son?”. Pregunta la mía poco ajustada a las prisas. Se impacienta: “¿y qué van a ser?, ¡fantasmas!”. Toc. Y, sí. “¿Pero qué onda los fantasmas?”. Tac. “ZZ” me mira y mirándome ve cómo me ocupo de obviedades. Tic tac. 




En este clima de prisas ajenas ella no tiene apuro. Tic, tac. Más: ser-la-piel-de-Judas para ella no representa un problema. Tic. Sí para la mamá. Tac. Acaso para la escuela, tic, por lo que en la convivencia en la sala produce. Tac. “ZZ” al fin responde: “son fantasmas”. Tic. “A ver si se parecen a los que imagino: ¿cómo son estos fantasmas?” (y en ello rompo el diccionario y sus significados-para-todos). Responde: “sábanas con algo escondido”. Tac. Y se calla. Tic, tac, tic, tac. 

Un día sucede aquel truco de magia del que hablé en un post anterior (1). Y su cachetazo. Tuc. Pasa el tiempo y los encuentros. “Mi mamá se aburre en casa”. Tac. “Por eso me reta”. Tic. “¿Por qué me lo contás?” . Tac. “Porque no me gusta que me grite”. “¿Por qué?”, otra obviedad de mi parte, pero ella se ha acostumbrado a este reino del revés que es el consultorio, donde las preguntas son sobre lo que todo-el-mundo-ya-se-lo-sabe-de-sobra. Y responde: “...el ruido que hace la voz”. No me apuro pero no cedo: “o sea...”. Se encoge de hombros: “eso”. Tic, tac. “¿Cómo es Eso?”. Tic, tac, tic. “¡No me sale el ruido ése!”. Tac. Espero. 




Tic. “¿Y qué te pasa cuando suena el ruido?”. Se tapa los oídos y dibuja otra vez fantasmas. Repaso mi lección, en voz alta: “algo esconden”. “Callate tonto”, me dice. Ups. Rompe el dibujo. Tic, tac, tic.

Así pasan nuestros encuentros. Con “ZZ” vamos “descubriendo” sobre ella: que del reto joroba el grito, que la mamá reta porque se aburre, que no es tan claro que reto y aburrirse vayan juntos pero bueh, no se le ocurre otra explicación... 

También descubrimos cómo “le jode” que le hablen los papás. Y que le jode “porque me dicen mentiras” (empieza a resonar aquel cachetazo en mi mejilla después de que le hiciera magia escondiendo la tapita en mi boca). Vamos haciendo equilibrio por un hilo de vacío. 




Y en ese fino camino van cayendo miguitas de verdad sobre “ZZ”: a, b, c, d, e... “ZZ” habla sobre ella y trata de explicarse sin proponérselo. Y si bien descubre cosas una y otra vez algo le queda más allá del espejo.

Se ha armado entonces a lo largo de este tiempo una extraña experiencia: las miguitas que van cayendo dicen cosas concretas sobre ella pero... (shh, detengamos nuestra pasión interpretativa de elefantes en el bazar...) una y otra vez las miguitas terminan diciendo otra cosa que lo que pretenden decir,

o parecen haber dicho algo que no hubiéramos debido perder, 

o lucen prontas a decir pero no aún...

Esa inminencia de una revelación que no se produce es, quizá, el lugar de encuentro con la verdad del sujeto. Esa extranjería en su propio cuerpo. 




Del resto que se nos escabulle en la grieta, de eso se trata. 

Porque lo he dicho lo vuelvo a decir: en ese fracaso (2), en ese vacío, algo se alcanza. Nada más. Nada menos.


Lic Guillermo Cabado


Nota sobre el cachetazo: con el tiempo ese "ocultamiento" en el que mi truco de magia se transformó a partir de entrar para ZZ en la serie de los padres, se empezó a jugar en el lazo entre éstos y el analista. Pero ésa ya es otra historia y otro discurso, aunque padres y niña vivieran bajo el mismo techo.


(Las imágenes pertenecen a la artista Loretta Lux)

(1) Ver: http://rumorosa.blogspot.com.ar/2012/07/4-desarrollos-para-el-grupo-de.html

(2) Ver: http://rumorosa.blogspot.com.ar/2012/08/5-de-tim-burton-alejandra-pizarnik.html



miércoles, 8 de agosto de 2012



¿POR QUÉ EL CONOCIMIENTO ES SIEMPRE PARANOICO?


A partir de "AMELIE" 
la película de Jean Pierre Jeunet



El próximo sábado 11/8
a las 16hs
en "LACAN CON CINE"


Nos serviremos de 
un personaje lateral en la trama de "Amelie",
interpretado por Dominique Pinon 
(ya dirigido por Jeunet en "Delikatessen")...
  

  ...para abordar el planteo lacaniano que lo mantuvo en contacto con Dalí en los años 30':

"el conocimiento es siempre paranoico" 


Mientras tanto, a quien guste ver la película
le propongo pasar previamente por este pequeño "juego pictórico"...

Clic en este cuadro de Renoir que aparece en "Amelie":


 
Lic Guillermo Cabado