domingo, 23 de diciembre de 2007



Cuento de navidad en blanco y negro

"MUDA"


Ladridos que llegan de afuera. Faltan dos días para navidad y no sabe qué decir; su silencio perfora las voces del perro. Entre el borde del diván y el filo de su zapato asoma el ventanal del consultorio. Más allá la reja antigua de la calle de enfrente. Entonces dice que en estos tres años esa reja a veces se le ha metido en los sueños.

La soñó con una cabeza perruna asomándose hasta volverse ciervo. También la vio ceder sus barrotes uno por uno bajo una lluvia torrencial. La imaginó recortada por un cenital rojo virando al sepia hasta volverse apenas un punto. (Siguen cayendo ladridos desde el piso de arriba). Un mínimo punto como el que insistía en el viejo televisor que el padre apagaba cuando era hora de dormir. Necesita decir ahora que la angustia le está hundiendo el puño en el esternón.

El péndulo del pensamiento lo arroja otra vez a la imagen del ciervo. En el diván pensar es tropezar, nada más. El perro que jamás ha visto en estos años de análisis sigue su trueno. Recuerda un paseo inútil en el zoológico con su novia de entonces, Sandra. Se escucha nombrarla y la-puta-madre-otra-vez-hablando-de-lo-mismo- que-lo-trajo-a-análisis. El péndulo.
Irrumpe la voz de su analista: “¿en qué te quedaste?”. Hay en el zoológico una antigua jaula, pequeña, vacía. Recuerda allí a una mujer. Linda, andrajosa, extraña. Se detiene un instante en ese sonido: “andrajosa”. Agrega: esa mujer no hacía nada, sólo estaba allí. "Me viene ahora a la mente aquella ciega que vendía flores en la película de Chaplin, ‘Luces de la ciudad'" . Espera. Quien lo escucha no habla. Retoma:

"No quiero reunirme con nadie en esta navidad. Odio estar haciendo nada hasta las doce de la noche viendo las lamparitas del árbol rebotar en la pelada de mi tío. No quiero que me pregunten si estoy saliendo con alguien. ¿Viste la película que te digo?. ¡Esa escena final, por dios!... Chaplin que acaba de salir de la cárcel. Andrajoso, con la única ropa de siempre, y esa forma de mirar. Tan frágil el tipo. Había ido preso por tomar dinero de un ricachón para dárselo a su vendedora de flores. Todo para que ella pudiera operarse los ojos. Fijate ésta: ‘un médico en Viena cura la ceguera’, decía el diario. Carlitos venía alimentando un malentendido desde que la conoció: ella lo había tomado por un hombre rico, y él, bueno, qué sé yo, no quiere, no puede decirle la verdad. Como sea, Chaplin se las ingenia para conseguir el dinero, alcanza a entregárselo, le dice que se irá en un viaje de negocios largo, pero que algún día volverá. Sabe lo que le está esperando y así sucede: al salir de la casa de la chica lo atrapa la policía y va a parar a la cárcel. Cuando al fin logra salir en libertad, lo primero que hace es buscarla. Él está enamorado y ella creo que también. Claro, la chica nunca lo ha visto tal cual es..”.
Silencio. Una especie de gruñido del analista lo impulsa a no callarse las ocurrencias del péndulo. “Puta madre, ¿podría haber sido de otra forma con Sandra?...”. Se vuelve a callar.

"¿En qué estás?”.



Sigue diciendo entonces. La florista, cuando ciega, se sentaba a vender en un lugar con rejas como éste que aparece en la ventana del consultorio. A ese sitio la va a buscar Chaplin al salir en libertad. Pero ella ya no está.

“Un bajón. Carlitos vaga por la ciudad. Viste cómo camina el tipo, ¡mi amor!. De repente la ve, a través de una vidriera. Se da cuenta de que ella recuperó la vista. Sin dudas, su dinero bancó la operación… Bah... su dinero... Está claro que ella progresó, ahora tiene una florería en un local distinguido. Uf, tenés que ver esa película”.

“¿A qué te referías cuando dijiste que ‘podría haber sido de otra forma con Sandra’?”.
Revuelve en su cabeza y enumera conductas diferentes que podría haber tenido con aquella novia. Todo tiene el sabor inconfundible de estar hablando, una vez más, de lo mismo. Hasta detenerse en una frase entre tantas: “no ser tan enojoso con ella”. Otro silencio. Acaso todo lo que se dice en análisis sólo sirva para poder toparse con un silencio como éste, mordido de resonancias. Dura un instante. Ahora se le impone decir:

“Cuando la florista ve a Carlitos a través de la vidriera, se ríe con ternura, o pena, no sé. Ella ni sospecha que ese vagabundo es aquel galán. Uno advierte que en todo este tiempo ella ha estado esperando su regreso. Sale a la calle para hacer caridad: le quiere regalar a Carlitos una flor y una moneda. Él pretende escapar pero ella lo retiene. Y al tocarle la mano lo reconoce con el tacto.

Entonces la chica le pregunta ‘¿sos vos?’.


El asiente. Se produce un breve silencio. Un silencio en una película muda.

Carlitos le pregunta ‘¿ahora podés ver?’.

Y ella: ‘sí, ahora puedo ver’.

Entonces la cámara muestra la mirada de Carlitos. Está esperanzado. O no. No sé. Quizás tenga miedo; ¿cómo saber qué le pasa a ella?. La película termina ahí. Con ese plano se va apagando la imagen".


Silencio.

El analista le pregunta “¿por qué te frenaste cuando dijiste ‘enojoso’?” .

“No sé, algo...". Su oyente aguarda y no hay más remedio que hablar sin saber: "algo... No es lo que hacía yo con Sandra sino cómo. Desde dónde”

"¿Y desde dónde?"

"Como un andrajoso".
Se sorprende del sonido de su boca. En ese nudo sonoro hay más que en todo lo que podría explicar. Se le enciende la boca: "bien vestido pero andrajoso… Eso".

"¿Qué?"
"No sé, hay algo ahí. Algo, una punta"

"Por ahí entonces. ¿Nos vemos la próxima?".

Su cuerpo lo levanta del diván y se lo lleva a la calle. Lo nuevo es un enjambre de luz y sonido.


Guillermo Cabado


****Relato publicado originalmente en diciembre de 2009,
aquí la
escena final de
"Luces de la ciudad":




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