Los robadores de azahares de la calle Voltaire
No es la madrugada del tercer domingo de octubre la mejor fecha. Quizás por eso han aguzado el ingenio. Se trata de una banda de gentes sin edad (hablo de la persistencia con que las habita ciertas formas de la infancia). Sus pertrechos: una escalerita enana, un manojo de bolsas, una linterna de dínamo y un sexto sentido para la formación de guerrillas.
(Esta misma escena sería redundante bajo la luna de agosto:
por entonces la calle Voltaire, de vereda a vereda, suele reventar de azahares en flor.
Ahora en cambio, ya quedan pocas explosiones blancas)
Entonces ellas, esas gentes, baten clac clac clac el dínamo que calienta sus linternas. Se despliegan. Se espiralan. Se elevan al cielo y baten sus dedos contras las ramas, abren sus bolsas, atrapan la nada (es que nada cae), las cierran, las anudan. Y se escabullen de la noche. En el callejón, de pared a pared, queda rebotando una estela olorosa. Y uno sabe entonces qué se han robado.
Cuando ya sea de día buscarán mujeres, abrirán sus bolsas, y celebrarán un efímero no sé qué. El instante en que el olfato se parece al minuto del amor.
Que las celebren en su día.
Especialmente dedicado a la panza de G
(la calle Voltaire se extiende entre Carranza y Arévalo, en el persistente barrio de Palermo Viejo, muy cerca de un puente)
No hay comentarios:
Publicar un comentario