"AUTOPSIA A UN COPO DE NIEVE"
(teatro y "estrago materno")
"Este rincón tiene telarañas, sedas y suspiros.
Pero no soy tan valiente como mamá para nombrarlo"
(Natalikova a su hermana Nicoleta)
En el psicoanálisis hay frases que circulan con su potencia imaginaria. Imágenes que se vuelven incluso contraseñas para acceder al entendimiento del que nos escucha. La imagen de la boca abierta del cocodrilo, con esas fauces abiertas como la vida misma, como la garganta de Irma en aquel sueño inaugural de Freud, es una de ésas.
La imagen suele acompañarse con una suerte de prevención: "uno nunca sabe qué mosca le puede picar a la bestia... ¡y zas!...". Una suerte de "natura devorans". Por eso la imagen se completa con un palo trabando las mandíbulas del cocodrilo. Cualquiera que haya tenido alguna vez el sentimiento de impotencia virulenta ante una temporada de arbitrariedades de la mamá de turno puede asistirse con esta imagen: ante su capricho, un padre que le ponga los puntos sería nuestra salvación.
La puesta en escena de Bernarda Tapia Herrera de "Autopsia a un copo de nieve" (obra de Luis Santillán) es una invitación a sumergirnos en una de esas temporadas de arbitrariedades maternas (las temporadas pueden resultar interminables). Un mundo de mujeres resonando en los azulejos del baño de casa. Entre esas paredes cada tanto se deslizan evocaciones a patos y a perros. Y el agua. El agua velada tras la cortina del baño. Y la ausencia de lo que se supone que figura el palo en la imagen del cocodrilo maternal: un padre.
Pero sabemos que aquella imagen que alguna vez acuñara Lacan requiere ser contextualizada para no hacerle decir cualquier cosa. La cuestión está muy lejos de simplificarse en el aporte que un señor-con-pene podría introducir a un ámbito donde mujeres no hacen más, ni menos, que hablar de mujeres. Ese palo alude a una respuesta que se espera. Un palo que determina la misma materialidad del cocodrilo, a tal punto de volverlo un asunto que no es reductible al mundo de la tridimensión. Como sea, una respuesta que el personaje de la niña Nicoleta busca incansablemente, con la rabia mansa de quien gira en redondo entre cuatro paredes: "¿qué es lo que me haría amable por mi madre?".
La pregunta toma diversas formas a lo largo de la obra. Espesa el ambiente, llena de vaho las paredes. Contra los muros rebotan las palabras que una y otra vez su madre o su hermana mayor dicen. Nada de lo que dicen resulta una respuesta para la niña. Y es entonces, y sólo entonces, que las manías de esa mujer que es su madre se vuelven una boca de cocodrilo. Un buen ejemplo de cómo la devoración no es sinónimo de "madre absorvente". El rechazo o la indiferencia (más precisamente: lo que de la significación rechazo o indiferencia falla) pueden volverse devorantes.
Pero la clave para entrar en ese baño que inventan con sus cuerpos las actrices es recordar que a pesar de las metáforas de la naturaleza, no hay devoración sin que esté en juego lo simbólico. Justamente allí donde ya no se trata de naturaleza. Lo simbólico que está en juego en la pregunta que modula la niña Nicoleta: "¿qué es lo que me haría amable por mi madre?".
Lo cual nos lleva a un asunto que suele no ponerse en el tapete a la hora de pensar la clínica psicoanalítica: no es lo mismo ubicar el padecimiento en el hecho de que "quien nos tiene que querer" no nos quiere, que en la impotencia para armar una versión sobre eso que nos condena al trabajo infinito de volver a hacernos la pregunta.
"Autopsia a un copo de nieve" es una de esas puestas que alimentan la pregunta por el deseo de analista. Está sembrada de posibles explicaciones psicológicas, pero la clave está en el vapor inasible que sube por las paredes del baño.
Guillermo Cabado
"Autopsia a un copo de nieve" es una obra escrita por Luis Santillán y dirigida por Bernarda Tapia Herrera. Con la actuación de Andrea Varchavsky, Agustina Palermo y Titi Suárez.
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