¿QUIÉN NO HA DESEADO CRUZAR UN PUENTE?
(escrito en diciembre de 2004.
Material utilizado en 2007 para el proyecto "CUESTA"
intervención callejera en el puente de Ciudad de la Paz al 100
presentado para el VII Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires) (1)
ANTES DEL RELATO, CLIC EN LA ANIMACIÓN:
Querrán palpar con
sus propios ojos el extraño sitio del barrio de Belgrano en el que sucediera lo
que estoy por contar. Verificar in
situ la existencia de esos objetos. ¿Cómo culparlos?. Aguijoneado por la certeza de que para cada quien que llegue al final de este relato pasar por allí será un volver a
pasar, estoy tentado de pedirles que al ir lo hagan de noche. La encrucijada
en la que se evapora la calle Ciudad de la Paz, y con ella todo el barrio de
Belgrano, no es la misma a la hora negra y azul. Y sé que
para los espíritus despiertos, que a ellos les hablo, volver a pasar por lo
mismo es vérselas con la grieta que se abre siempre en lo idéntico.
Por esos agujeros
del cada vez lo mismo, se abisma lo
nuevo. Y con ello el vértigo de lo incierto.
Las puertas agudas
de lo por venir.
Salí de Palermo en
la búsqueda acostumbrada de restos que otros dejan en la calle por no hallarle
valor de uso ni, menos que menos, de cambio. Fierros, maderas, formas raras de
materiales inespecíficos, y así. Esos restos que en manos de otros nunca se
sabe en qué podrán transformarse. Palermo se hizo Colegiales. Colegiales,
Belgrano. Para entonces decidí el regreso con las manos vacías. Doblé por
Ciudad de la Paz desandando camino. Quien haya pasado por allí sabe del puente
que cruza por arriba de la vía del tren para desembocar en Dorrego, ahí mismo
donde las calles cambian de nombre y nace Soler y con ella Palermo Viejo, ahora
extrañamente llamado Hollywood por algún imbécil. Caminaba por la vereda
derecha. El dato parece irrelevante, pero no lo es: es que la vereda derecha de
Ciudad de la Paz no tiene destino. Quiero decir que se va angostando hasta
desaparecer apretada contra la hilera de casas y el muro del puente que sube.
Precisamente en ese
punto de fuga en que la vereda se borronea a la vista, me topé con un
espectáculo inesperado: un enorme carrete improvisado como mesa, sobre ella
restos de vela y una escultura de una cabeza. Al lado un montículo de basura y
una silla desvencijada. Mientras me acercaba no supe si sería capaz de desarmar
el montaje. Esos no eran restos arrojados a la calle sin valor de uso. No desde que estaban engarzados en una naturaleza muerta: el trabajo humano recordando
la línea que nos separa de la inocencia cruda del mundo. Plusvalía pura.
No llegué. Treinta
metros antes me topé con el ventanal de un pequeño restaurante rozándome el
hombro. Vi sus mesitas irregulares, su decisión pop y un nombre irresistible:
“Sifones y dragones”. Me di cuenta de que tenía hambre y un instante después
lo olvidé. Es que sobre una de las paredes del restaurante había un cartel
colgado que decía “¿quién no ha deseado
cruzar un puente?”. Y retomé el camino, abandoné el montaje y crucé de vereda: en el puente el paso para peatones está sobre la
izquierda. No sabía lo que iba a encontrar antes de llegar a él.
(Quiero decir, por
si acaso se arriesgan hasta allí, que después de cruzar el puente, yendo en la
dirección que describo, hay un túnel de no más de cuatro metros de largo que
perfora la base de la estructura, uniendo ambas veras. Algunos lo llaman “boca de
lobo”. Allí en la penumbra y un rato después habría de encontrar a un hombre rodeado por unas pilas de libros
y trastos viejos).
* * * * *
Crucé. Al ganar la
izquierda en vez de encontrarme con otra vereda sin destino divisé la escalera
para subir al puente. Sin embargo, extraña coincidencia en la que recién ahora
reparo, otra vez algo me detuvo antes de llegar a ella. Bordeando el muro de la
base del puente rumbo al primer escalón, vi una puerta blanca cerrada. Quien de
ustedes vaya hasta ese sitio comprobará que no parece una puerta de calle sino
más bien de interiores. Sin embargo tiene una cerradura tipo trábex. Lo
extraño es que uno no imagina detrás de ese muro un espacio habitable sino los
cimientos del puente. Sin embargo un pequeño cartel blanco, con letras negras,
anuncia: “Restaurante invisible”. Y
aún más, otro cartel blanco informa el menú con letras similares:
Entrada
Mouse de aire de
librería
Sopa de perlas y
jabalí
Papas snack con
riff de kiss
Caracoles en Salsa
Spleen
Entremeces
Punk canapé de
salame con dulce de leche
Granité de césped
escocés y beso con rouge rojo
Platos
Pez blanco con
salsa de neón rojo
Pato silvestre con
nísperos y humo de pipa
Confit de cardos y
ranas con sal de circo
Cabellos de ángel
con espuma de ruido
Postres
Helado de agua
bendita y acero
Bananas con bronce
trompeta y prusiana pana azul
Tradicionales
diamantes en almíbar jorge de la vega
Guante de box
recién peleado con frutillas y chanel nro 5
Café con syrup de
telo
Bombones de
chocolate blanco y perfume de juguete nuevo
Licor de fox trox
Golpeé la puerta.
Nadie abrió. Eso que sentía ya no era hambre, era deseo de pato silvestre con
nísperos y humo de pipa. Esperé un rato. Volví a intentar. Nadie respondió.
Entonces me di por vencido. Subí el puente, lo crucé, empecé a descender.
Divisé a cincuenta metros Dorrego y la continuidad de los barrios. No deseaba
otra cosa que ese menú. Al bajar el último escalón, como una sombra fantasmal percibí a mi derecha la
boca del túnel que pasa bajo el puente y une ambas veras. Allí estaba el
hombre. Me dijo: “¿probó el helado de agua bendita y acero?”. Cortó la hoja de
un libro y me la extendió al modo de un repartidor de volantes. En la penumbra
observé que en el margen había algo manuscrito. Le pregunté si él era el dueño
del restaurante.
- ¿Cuál?
- El que sirve pato silvestre con nísperos y humo de
pipa
No respondió.
Leí en la penumbra, era una página de “Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política” de Marx: “El capitalismo parte del supuesto de que la
cantidad de tiempo de trabajo es el factor decisivo en la producción de
riquezas. A medida de que la industria progrese, la creación de riquezas se
volverá cada vez menos dependiente del tiempo de trabajo obrero y cada vez más
dependiente de la ciencia aplicada a la producción”.
- Je, lea el
agregado de mi puño y letra.
Leí: “¡¡Escrito en el siglo XIX!!. La lógica del
sistema es inexorable”. Me dijo:
- Ésa era mi letra
de hace quince años. Ya no me sale esa letrita grandilocuente de escribir
palabras llenas: “política”, “agremiación”. Hace rato que están desnudas, ¿no
es cierto?. Y ahora todos sabemos que no tenían nada adentro.
- Un gallo
desplumado. Puede ser la suerte de cualquier palabra
Se enfureció: "¡y sin embargo
militamos por ellas!"
- ¿Qué no hacemos
por ellas?.- también podría haber hecho un comentario sobre la humedad, no
podía pensar en otra cosa que en el pato, acaso por eso se me ocurrió lo del
gallo
- Bueno, lleve que
estoy ocupado.
Vi que la furia se le había evaporado entonces quise preguntarle, pero continuó:
- Imaginando
fuentes de trabajo...
Hubo un silencio.
Segundos interminables. Me miró impaciente (recién ahora lo noto). Al fin me decidí:
- ¿Cómo es el
confit de cardos y ranas con sal de circo?
Respondió:
- E imaginando
fuentes, imagino socios. El sistema tiene agujeros, y por esos agujeros arrojo
los dados de mi apuesta, día tras día. Un día, otro día, otro día. Siempre
igual. Allí está la diferencia.
Me llamó la
atención: a pesar de su aspecto andrajoso había utilizado la “e”, precisamente
para evitar la cacofonía con la “i” de imaginando.
Guillermo Cabado
(diciembre de 2004)
(1) El proyecto de intervención callejera fue diseñado junto con Cintia Miraglia y Pablo Estévez. Música de "La Todo Mal Orquesta"
Poco tiempo después de este proyecto la mencionada "boca de lobo" fue reemplazada por una desangelada oficina de un CPG.
Aún así todo ese sitio mantiene su vieja atmósfera cuando se hace noche.